lunes, 21 de septiembre de 2015

Jaime Siles



Hoy me toca escribir sobre Jaime Siles, poeta español – por cierto, hace poco un ilustre desconocido para mí  -, por ello antes de empezar he buscado algo para conocerlo mejor. 

He aquí este vídeo, que ya nos da una pequeña muestra de lo que se nos avecina.



Es muchas veces a través de una pregunta "tonta" que uno conoce un poquito acerca de su interlocutor: "¿Qué es la felicidad?”, le preguntan. Y la contestación es tan sencilla como a la vez profunda: “Es la ausencia del dolor en términos generales, pero sobre todo es la coincidencia conmigo; yo diría que es la coincidencia de yo consigo mismo”. Lo interesante es que el entrevistador no se da por satisfecho y vuelve a hacerle la pregunta – piense él – desde otra perspectiva para ver si le sale algo más "común", "normal" – un lugar común poético, quizás - como respuesta. Pero sin embargo, Siles no se retrae, sino que vuelve a repetir con más énfasis lo anteriormente dicho:  “felicidad íntima, la felicidad intrínseca, que no es la que viene de fuera adentro sino la que va desde adentro afuera, yo volvería a esa definición que he dado antes: en lo físico, la ausencia de dolor; y en lo espiritual, la conciencia del yo con el sí mismo”. Pero el entrevistador no se da, una vez más, por satisfecho y le pregunta cómo eso se concreta y, para ello, pone énfasis “en términos más coloquiales, ¿cómo en ti llega esa auto realización de esa coincidencia con tu propio ser?”

Sinceramente, no sé si el entrevistador – o muchos de los seres que habitan este planeta - ha quedado satisfecho con la respuesta o la ha entendido; pero aquí está en definitiva una respuesta que abarca no sólo la visión de un poeta, sino la de un ser humano que va más allá del mundo que quieren que vivamos y estereotipos que lo cercan. Es decir de la materialidad y del mercantilismo que lo cerca.

Es exactamente ésta la respuesta que encontramos en su obra. Por ello, es un exquisito reto de interpretación. Será antes un exquisito reto para interpretarla. Así que Jaime Siles, además de ser poeta español contemporáneo – por cierto, vuelvo a repetir, hace poco un ilustre desconocido para mí -, es catedrático de Filología Clásica en la Universidad de Valencia y presidente de la Sociedad Española de Estudios Clásicos.  En su labor literaria, se dedica a la poesía y escribe ensayos y crítica literaria.    

Lo de la entrevista nos aclara mucho, así que vayamos ahora a otra, en la que nos aclara que en su obra 

lo moderno de lo mío es lo clásico también, y no me refiero tanto a sus formas como a sus contenidos y, en concreto, a estos tres: la crisis de identidad, de sujeto y de lenguaje que hay en ella, y que actualizan una de las líneas de nuestra más moderna Tradición: la que se inicia en el Barroco, continúa en el Romanticismo, alcanza su mayoría de edad con Schopenhauer y Nietzsche, su madurez con Rimbaud, Mallarmé, Mauthner y Hoffmannsthal, y que tiene su máximo desarrollo en Wittgenstein y Celan.

Esa es la Tradición moderna en la que me he movido, pero debo precisar que con una clara y notoria diferencia: para mí, el yo es un producto del lenguaje y, si se me apura, una consecuencia de lo que la lingüística indoeuropea ha pensado sobre el politematismo y polimorfismo de los pronombres personales. Para Benveniste ―como casi también para Prisciano― yo es todo lo que dice yo, y nada más que eso. De ahí que, en mi conferencia titulada “Poesía y Filología”, me haya atrevido a proponer algo así como una cuarta persona gramatical que sería la instancia de discurso de la persona poemática, que no siempre ―y yo diría que casi nunca― coincide con la real”

A partir de esas consideraciones del poeta valenciano, se nos hace interesante la lectura de su poema:
El lugar del poema
No está el poema
en las oscuridades del lenguaje
sino en las de la vida.
No está en las perfecciones de su cuerpo
sino en las hemorragias de su herida.
No está donde creíamos que estaba
ni es una imagen única ni fija.
Está por donde huye lo que amamos:
está en su despedida.
Es decirnos adiós nosotros mismos
al cruzar cada vez la misma esquina.
Es la página que mueve sólo el tiempo
con su tinta igual pero distinta.
No está el poema, no, en el lenguaje
sino en el alfabeto de la vida.

Así que este metapoema se desvela ante la metáfora del cuerpo/ vida como estructura poética, tal como la interrogante que nos hacemos al leer “Arte Poética” de Huidobro, ¿cómo explicar/ justificar su estética literaria como algo que le atañe tan sólo “a lo que dice yo”? - conforme lo que declara en su entrevista -.

Un intento de respuesta... Si el modus operandi huidobriano evocaba  al “hombre-dios” para construir su propio lenguaje y espacio ontológico y natural, el silesiano creará el cuerpo del “yo” con el propio lenguaje: el cuerpo existe porque el lenguaje lo expresa.  


Pero, dialécticamente, si ese yo/ cuerpo “es un producto del lenguaje”, su existencia se hace posible a través de la negación: de “sus perfecciones” – tal como el lenguaje tampoco es perfecto -, de su “imagen fija” - el ser es siempre su venir a ser de la metáfora heracliana - , “de lo que amamos”. Es decir. De su presencia “en el lenguaje” - el humbral, en palabras de Huidobro: "Que el verso sea como una llave/ Que abra mil puertas." En otras palabra, se trata de las "oscuridades del lenguaje o de la realidad de la vida" misma. Indicios de ello lo encontramos en su entrevista, en la que afirma: "Mi obra anterior la veo como escrita por otro, que he sido pero que ya no soy yo: por eso, aunque lleve mi nombre, ni es mía ya ni me pertenece, y, en el caso de pertenecer a alguien, pertenecería sólo al lector, que es él, y no yo, quien la realiza".

Esta supervaloración del poder genésico de la palabra y de la naturaleza del acto creador emparentan claramente a Siles no solo con Huidobro sino también con Rimbaud, quien había pregonado en casi toda su obra el carácter demiúrgico del verbo, es decir, la noción de la poesía como gestora mítica de sentido, como cuerpo de la existencia de la poesía.

La inteligencia, el talento, la erudición, unidos a unas vidas personales sumamente intelectualizadas asimismo refuerzan la relación entre esos poetas. En el ámbito académico cabe citar la influencia de Octavio Paz. Conforme el propio poeta lo afirma en llamada a un curso de Verano que impartió en la Universidad de Marbella en el 2014: “el peso que Octavio Paz tuvo en mi generación, la generación de los ’70 o de los novísimos”:



Pero, algunas otras interrogantes nos persiguen y estimulan en la interpretación de la obra de ese poeta. ¿Puede considerarse que el alfabeto de la vida es el código de la vida? ¿Por qué? ¿Es un código inteligible, o solo sensible? ¿Por qué? ¿Nos está diciendo Siles que la vida es superior e irreductible a lenguaje?

Sin lugar a dudas el alfabeto de la vida disimula su propio código, en la medida en que el alfabeto – occidental - pretende ser el código de la lengua con el que (des)dibuja inteligible y sensiblemente la irreductibilidad del ser humano, desde la conveniencia de sus referenciales de la tradición, sea clásica, española o hispánica. Así que la vida no es superior, inferior, mediocre, en otras palabras, tampoco irreductible a ese lenguaje. Es más que ello, la vida es el propio lenguaje que se consustancia con su propia estructura de venir a ser, en la inmanencia diaria de la vida. Es un intento cotidiano de bastarse, de llevar a cabo lo que no se concluye.

Y cuando Siles nos afirma que “La crítica, cuando se impone la tarea de entenderlos, enriquece los textos; cuando no se toma la molestia, sino que opta por el prejuicio y el apriorismo, no devalúa los textos, sino a sí misma.” No sólo nos aclara y le agrega  conocimiento sobre sí y su obra, sino que también – no pocas veces – nos llama a la atención el modus operandi de uan crítica que puede ser equivocada. De ahí que el traductor o el crítico textual no siempre son los "mejores" lectores: si su lectura pasa por el filtro de su “yo” - nunca exento - puede no coadunar con la propuesta o ética misma de la crítica o de la estética de la literatura o del  autor. Si  “Quien se mueve en el poema es el yo: no es el tiempo” lo mismo puede pasar con el análisis crítico. 

Por esa frase se puede notar que el tiempo le es extremadamente importante. Exactamente antes de afirmarla,  el poeta valenciano nos aclara que:
  
El poema es el rito en que se actualiza el mito de lo que creemos ha sido, era o es nuestro yo. Por eso, más que conocimiento de algo, el poema es reconocimiento de una instancia discursiva de nosotros, en la que percibimos –o creamos– puntuales o durativas epifanías de nuestro móvil yo.

Con esas palabras, parece estar Siles interpretando el “Arte Poética” de Borges:

Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua.

Sentir que la vigilia es otro sueño
que sueña no soñar y que la muerte
que teme nuestra carne es esa muerte
de cada noche, que se llama sueño.

Ver en el día o en el año un símbolo
de los días del hombre y de sus años,
convertir el ultraje de los años
en una música, un rumor y un símbolo,

ver en la muerte el sueño, en el ocaso
un triste oro, tal es la poesía
que es inmortal y pobre. La poesía
vuelve como la aurora y el ocaso.

A veces en las tardes una cara
nos mira desde el fondo de un espejo;
el arte debe ser como ese espejo
que nos revela nuestra propia cara.

Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
lloró de amor al divisar su Itaca
verde y humilde. El arte es esa Itaca
de verde eternidad, no de prodigios.

También es como el río interminable
que pasa y queda y es cristal de un mismo
Heráclito inconstante, que es el mismo
y es otro, como el río interminable.

Si por una parte, ese tiempo – así como el “yo”, guardadas sus respectivas idiosincrasias -, el tiempo de la poesía depende de su forma, de su realidad: el crono, depende de su topos y del ser que lo identifica, amén de las palabras que lo significan. Por otra parte, si Heidegger afirma que el lenguaje es «la casa del ser», Herder que el «espíritu del pueblo» o que la identidad nacional de tal o cual grupo de seres humanos, es algo que, desde el Materialismo Filosófico, se considera una mitología, una falacia, o incluso una tontería; cuando Siles declara: «Desconfío y creo en el lenguaje a la vez, porque no puede ser de otro modo. Y mis poemas reflejan esa dialéctica» no hace más que reforzar lo dicho anteriormente, que la palabra es la razón y el pulso de la vida. Y si así lo es, la metamorfosis que le provoca el tiempo – como es el caso del tiempo mítico que lo renueva todo y le da nuevo significado a la vez que rescata lo antaño – le presta como razonamiento la metamorfosis de su materia.

Pero, al final de la primera parte de su entrevista, dice Siles que «El lenguaje, debido a su uso, se ensucia cada día, y es obligación de la poesía limpiarlo y mantenerlo en estado de marcha, como si fuera un reloj». ¿No acaso es esta la principal responsabilidad de la Filosofía? ¿Acaso Poesía y Filosofía comparten la misma responsabilidad filológica? ¿O es acaso la Filología la que se ha olvidado de sus propias responsabilidades, al ponerse acríticamente al servicio de ideologías diversas, particularmente nacionalistas, posmodernas, feministas, etc...? Siles presenta tanto en su poética como asimismo en su labor académica un brillo filosófico poético propio. 

Y... la poesía tal como plantea Siles tiene su raíz en el pensamiento clásico y va más allá de lo moderno, como cuando nos aclara todavía más acerca del Tiempo en su quehacer:

El Tiempo es la imagen móvil de la eternidad, como Platón lo definía; es cambio y movimiento; es ser y devenir a la vez; es Parménides y Heráclito unidos como en Heidegger. En mi juventud he tenido una concepción circular del tiempo similar a la descrita por el escudo de Aquiles en la Ilíada, a la definida por Platón en Tim. 38 y por Aristóteles en suPhys. 223 b . A ello me he referido en “El tiempo del poema” (VII Jornades Poètiques de l’ACEC, 30, Cuadernos de Estudio y Cultura, Octubre de 2008, pp.65-71) y no lo voy a intentar resumir ahora aquí.



Pero puede adquirir otros matices, como el ritmo y ajetreos de la vida moderna, muy presente en “Semáforos, semáforos”:


Aún nos falta referirnos a su labor como traductor y su influencia en este campo. Como me falta conocimiento de alemán, le tendré que pedir ayuda a mi colega de alemán Norma o a tía Salette… Así que esta parte queda para más tarde.

miércoles, 26 de agosto de 2015

Luis Cernuda y nuestra "Desolación de la Quimera"

Desolación de la Quimera
Luis Cernuda



Todo el ardor del día, acumulado
En asfixiante vaho, el arenal despide.
Sobre el azul tan claro de la noche
Contrasta, como imposible gotear de un agua,
El helado fulgor de las estrellas,
Orgulloso cortejo junto a la nueva luna
Que, alta ya, desdeñosa ilumina
Restos de bestias en medio de un osario.
En la distancia aúllan los chacales.

No hay agua, fronda, matorral ni césped.
En su lleno esplendor mira la luna
A la Quimera lamentable, piedra corroída
En su desierto. Como muñón, deshecha el ala;
Los pechos y las garras el tiempo ha mutilado;
Hueco de la nariz desvanecida y cabellera,
En un tiempo anillada, albergue son ahora
De las aves obscenas que se nutren
En la desolación, la muerte.

Cuando la luz lunar alcanza
A la Quimera, animarse parece en un sollozo,
Una queja que viene, no de la ruina,
De los siglos en ella enraizados, inmortales
Llorando el no poder morir, como mueren las formas
Que el hombre procreara. Morir es duro,
Mas no poder morir, si todo muere,
Es más duro quizá. La Quimera susurra hacia la luna
Y tan dulce es su voz que a la desolación alivia.

«Sin víctimas ni amantes. ¿Dónde fueron los hombres?
Ya no creen en mí, y los enigmas que yo les propusiera
Insolubles, como la Esfinge, mi rival y hermana,
Ya no les tientan. Lo divino subsiste,
Proteico y multiforme, aunque mueran los dioses.
Por eso vive en mí este afán que no pasa,
Aunque pasó mi forma, aunque ni sombra soy;
Afán que se concreta en ver rendido al hombre
Temeroso ante mí, ante mi tentador secreto indescifrable.

»Como animal domado por el látigo,
El hombre. Pero, qué hermoso; su fuerza y su hermosura,
Oh dioses, cuán cautivadoras. Delicia hay en el hombre;
Cuando el hombre es hermoso, en él cuánta delicia.
Siglos pasaron ya desde que desertara el hombre
De mí y a mis secretos desdeñosos olvidara.
Y bien que algunos pocos a mí acudan,
Los poetas, ningún encanto encuentro en ellos,
Cuando apenas les tienta mi secreto ni en ellos veo hermosura.

»Flacos o fláccidos, sin cabellos, con lentes,
Desdentados. Esa es la parte física
En mi tardío servidor; y, semejante a ella,
Su carácter. Aun así, no muchos buscan mi secreto hoy,
Que en la mujer encuentran su personal triste Quimera.
Y bien está ese olvido, porque ante mí no acudan
Tras de cambiar pañales al infante
O enjugarle nariz, mientras meditan
Reproche o alabanza de algún crítico.

»¿Es que pueden creer en ser poetas
Si ya no tienen el poder, la locura
Para creer en mí y en mi secreto?
Mejor les va sillón en academia
Que la aridez, la ruina y la muerte,
Recompensa que generosa di a mis víctimas,
Una vez ya tomada posesión de sus almas,
Cuando el hombre y el poeta preferían
Un miraje cruel a certeza burguesa.

»Bien otros fueron para mí los tiempos
Cuando feliz, ligera, hollaba el laberinto
Donde a tantos perdí y a tantos otros los dotaba
De mi eterna locura: imaginar dichoso, sueños de futuro,
Esperanzas de amor, periplos soleados.
Mas, si prudente, estrangulaba al hombre
Con mis garras potentes, que un grano de locura
Sal de la vida es. A fuerza de haber sido,
Promesas para el hombre ya no tengo».

Su reflejo la luna deslizando
Sobre la arena sorda del desierto,
Entre sombras a la Quimera deja,
Calla en su dulce voz la música cautiva.
Y como el mar en la resaca, al retirarse
Deja a la playa desnuda de su magia,
Retirado el encanto de la voz, queda el desierto
Todavía más inhóspito, sus dunas
Ciegas y opacas, sin el miraje antiguo.

Muda y en sombra, parece la Quimera retraerse
A la noche ancestral del Caos primero;
Mas ni dioses, ni hombres, ni sus obras,
Se anulan si una vez son: existir deben
Hasta el amargo fin, perdiéndose en el polvo.
Inmóvil, triste, la Quimera sin nariz olfatea
Frescor de alba naciente, de alba de otra jornada
Que no habrá de traerle piadosa la muerte,
Sino que su existir desolado prolongue todavía


Luis Cernuda y nuestra "Desolación de la Quimera"



Octavio Paz afirma en su ensayo “La palabra edificando” que  un “poeta es aquel que tiene conciencia de su fatalidad, quiero decir: aquel que escribe porque no tiene más remedio que hacerlo – y lo sabe. Aquel que es cómplice de su fatalidad – y su juez.”

En su texto sobre Luis Cernuda, Jesús G. Maestro asevera que si “todo poema contiene una biografía lírica, la Desolación de la Quimera contiene sin duda la de su autor.

¿En qué medida puede ser poética una biografía? Quizás a condición de que los sucesos y fechas dejen de ser historia y se vuelvan ejemplares: “mito, argumento ideal y fábula”, es la respuesta de Paz. “Los poetas se sirven de la leyenda para contarnos cosas reales; y con los sucesos reales crean fábulas, ejemplos.”

“Desolación de la Quimera” es el último poemario de Cernuda. El título por sí solo nos remite no sólo al mito grecorromano sino que también a la desolación de la esperanza. Veamos cómo Cernuda fabula a la Quimera en el poema que lleva el mismo nombre.

El poema inicialmente (estrofas 1 y 2) presenta un escenario de desolación y muerte crepuscular en el que se encuentra la Quimera, hecha estatua que se deshace en arena. A la muerte del día, se presenta la luna con su cortejo de estrella. La desolación se ahonda todavía más en imágenes de bestias en medio a un osario y aullar de chacales.  Quimera,  mutilada y abandonada en el desierto sirve ahora de nido de buitres. Los granos de la arena del desierto son sus despojos a los que contempla mientras anochece. 



Ante ese escenario, la Quimera le lamenta a la Luna (estrofas 3 a 8) el no poder morirse de pronto. Su voz es a la vez dulce y desolada: le queja sobre la permanencia de su esencia divina y de su afán de verse enfrentada en enigmas en oposición a su estado de desolación ante al desaparecimiento de su imponente apariencia y de los hombres a quienes retaba. Aunque les alaba la hermosura a los hombres, les critica como poetas, a ésos no los ve hermosos, tampoco su obra. Todo lo contrario, les afea tanto el aspecto físico como el carácter, pues al cambiarla por la mujer, mejor dicho, transformarle a la mujer en una despreciable “triste Quimera”, al cambiar sus enigmas por un sillón en la Academia y al cambiar la esperanza por la certeza burguesa, convierten el carácter/ significado de la Quimera en tan decadente como su imagen. Ante esa desolación, la Quimera recuerda los tiempos en los que se sentía feliz por pasar lo contrario. En los que vivía su plenitud. Cuando los dotaba de su eterna locura: imaginar sueños de futuro, esperanzas de amor y periplos soleados.

Al terminar su quejido (estrofas 9-10), la luna la abandona entre sombras. Sin el encanto de su voz, el desierto queda todavía más inhóspito. El ahora espejismo de lo que fue antaño,  refleja el vaho de lo que fue su existencia. Ante el silencio desolador, llega el alba. La Quimera se retrae a su Caos primero. Olfatea el frescor del amanecer y espera que algún día se convierta totalmente en el polvo del desierto.




Este poema de Cernuda nos hace reflexionar que quizás el hombre está condenado a una soledad promiscua, vulgarizada por sus pares. Su prisión - o la existencia a la que está condenado a vivir - es tan grande y vaciada - por sus pares - de su significado inicial como el desierto está vaciado de vida. La desolación, tristeza y lo vano derivados de la transformación de Quimera en “la” triste Quimera pone de relieve a “los hombres/poetas” que valoran el miraje. Se han convertido a sí mismos en objetos burgueses y han olvidado que lo que tiene valor, no tiene precio, se conquista.   La representación de ese mundo hostil a los valores de la conquista, que desprecia “que un grano de locura / Sal de la vida es” pone de relieve la escalofriante revelación fatal y lúcida de sabernos narcísicos en la vanidad burguesa o en la soledad de nuestra “caduca” Quimera.